Mi novia trabajó durante dos semanas en uno de los puestos de la feria. Durante esos días, nuestras conversaciones se condensaron, de forma tácita, en la noche. Cada vez que llegaba a casa me hablaba sobre lo fantástico que era estar rodeada de libros, escritores, editores y lectores. Su emoción era inmensurable. Después de una semana de escuchar sus día a día en la feria: memoricé los nombres de sus compañeros, de los escritores, de las editoriales y los porcentajes de los descuentos que citaba. Así pues, ni corto ni perezoso, ideé un plan para verla, adquirir unos libros y mirar un poco de lo que ella miraba esos días.
Como no quería formar parte de la cola para comprar las entradas (mi novia me describía esa cola como si fuese lo más cercano al infinito), decidí adquirirlas en línea. Jamás sentí tantos nervios al hacer una compra online: tenía miedo de que la página se cayera a mitad del proceso de compra (cosa común en eventos grandes) y ver truncarse, frente a mis ojos, mis planes de evitar dicha la cola sin fin. No obstante, todo fluyó perfectamente. ¡Solo Dios sabe el alivio que sentí en ese momento! El personal a cargo de la página web debería llevarse cien premios, pensé.
Una vez dentro de la feria, el personal fue muy amable: me hicieron sentir en casa. Su cálida atención redujo mis nervios que, por cierto, estaban a flor de piel: cada stand que pasaba era uno menos hacia el stand de ella, cada stand que pasaba era uno menos hacia la chica que a viva voz me contaba maravillas de la feria.
Le pregunté a un par de chicas por el stand que buscaba, pero no supieron darme respuesta. Con un ligero sentimiento de derrota, di media vuelta y, en esa ínfima fracción de tiempo, la vi. Acto seguido, como un misil teledirigido fui hacia ella: "hola, buenas tardes" le dije (a pesar de que seguían siendo las once de la mañana). Espero que mi voz haya sonado tan genial como sonó en mi cabeza, haha. Ella, al verme, me dio un abrazo tan ligero, suave y cálido que me entraron ganas de quedarme en ese lugar hasta el próximo invierno. Después, caminamos a la sección de poesía del stand. Cada vez que hablaba, ella me miraba como quien mira una obra de arte para no perderse ningún detalle, con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas. Luego de ese mix de emociones que detonaban una tras otra en mis adentros, compré tres libros de autores peruanos a un precio extremadamente bajo. ¡Aún no puedo creer que todo haya sido real! Los pagué en efectivo y con tarjeta: la atención fue rápida y precisa. Podía notarse la maestría que adquirieron trabajando en grupo. Después, visité otros stands. En cada uno de ellos había grandes descuentos que me llamaban al consumismo: como Darth Vader llama a las personas al lado oscuro. De esta manera, no pude hacer otra cosa que no fuese dejarme llevar. Autores americanos, franceses, peruanos, ¡había de todo! Incluso hallé una sección de cómics con precios de infarto. En ese stand se sentía la pasión de los trabajadores.
Aquel día ingresé solamente con mi cartera, pero salí con tres bolsas llenas de libros y un lazo rojo invisible que los envolvía como aquel abrazo. El pasado jamás supo tan bien.