Se suele hablar de la comedia palatina, cortesana o palaciega como uno de los múltiples subgéneros que, derivados de la comedia de capa y espada, se cultivaron durante el Siglo de Oro.
El 18 de febrero, es el estreno oficial de la obra.
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Se suele hablar de la comedia palatina, cortesana o palaciega como uno de los múltiples subgéneros que, derivados de la comedia de capa y espada, se cultivaron durante el Siglo de Oro. En sus planteamientos básicos encontramos la raíz común: enredos entre damas y caballeros capaces de algunas transgresiones, casi siempre de efecto cómico indudable, para lograr sus objetivos: la consecución del ser amado por medio del matrimonio. No falta el retrato de las costumbres particulares allí donde se ubique la pieza, ni las armas como garantía y defensa propia o ajena: la comedia como espejo de la realidad. Finalmente, el honor, pilar de buena parte de nuestro teatro áureo, aparece como un obstáculo, como un muro necesariamente franqueable
para unos y sagrado e imposible para otros. Este combinado produce la esquizofrenia habitual de la comedia, sostiene la peripecia y genera la comicidad necesaria para un público, en su mayoría habituado al corral de comedias, que conoce y degusta el género esperando las necesarias
sorpresas.
La comedia que nos ocupa está destinada al público de palacio, asiduo sin duda a las representaciones de los corrales, pero que va a ser testigo de la representación de una comedia compuesta específicamente para otro tipo de paladar: el cortesano. Evidentemente el tono de estas obras es cómico, pero de una comicidad menos gruesa, poblada de guiños al público, un público selecto que se encuentra en un espacio (salones de corte, jardines, etc.) similar al que ambienta la comedia. Juegos de corte (lances entre príncipes, princesas, duques y variopintos
cortesanos) que generan un microcosmos donde el esparcimiento y la alegría son el propósito único, donde una especie de locus amoenus y los referentes de aquella maravillosa edad dorada literaria lo inundan todo. Una Italia soñada, en este caso, con personas de alto linaje que buscan
el amor o la posición enredados en una maraña de celos, amistad, juegos, torneos, comedias, rivalidades políticas encubiertas y desavenencias familiares históricas, unidas por un río: el Pó, que les conduce sin remedio, como en una danza palaciega hacia su destino en lo emocional y lo heráldico. Un espejo a medida del cortesano, que refleja sus sueños, sus aspiraciones y sus ideales.
Calderón busca, incansable. Su obra, su variedad, tan desconocida aún por el gran público, si exceptuamos los títulos habituales –nada representativos, por otro lado, de un autor tan polifacético- nos muestra un talento moderno, flexible y capaz de una diversidad que resultará
impensable en un autor teatral no mucho tiempo después. Tras casi veinte años de actividad literaria se encuentra agotando los géneros que ha heredado, y podemos encontrar en esta obra tentativas de renovación e intentos por mantener en el espectador el asombro ante el ingenio del
poeta. Recurre a los trucos habituales: cartas, caída del caballo, naufragios, mujeres vestidas de hombre, paralelismos, teatro dentro del teatro, princesa cortejada, amante venido a menos, etc. Pero también desarrolla e introduce recursos para ir más allá: el travestismo masculino, inusual, aunque no desconocido para la comedia, los números musicales: el incipiente camino que, introduciendo la música a la manera italiana culminará, años más tarde, en la zarzuela, y una declaración en boca de varios personajes sobre cómo ha de ser disfrutada la belleza y apreciado
el decoro. Todo ello mediante unos personajes que viven su peripecia más como una aventura de ficción que como una realidad tangible.
Eduardo Vasco/Director del montaje.
Versión y Dirección: Eduardo Vasco
Directora musical: Alicia Lázaro
Vesturario: Lorenzo Caprile
Escenografía: Carolina González